La frenética promoción de la nueva novela de Rosario
Raro (Segorbe, 1971), “La huella de una carta”, bien merece un consejo del
consultorio de Elena Francis. Llegó este viernes al Teatro Serrano de la
Capital del Palancia y el sábado a Altura, novela que se enmarca en la época de
este programa radiofónico que tanto éxito cosechó entre 1947 y 1984.
Una novela protagonizada por los afectados de aquel
fármaco, llamado talidomida, que se prescribía a las mujeres embarazadas para
combatir las náuseas y que provocaría malformaciones en los fetos durante la
década de los 60.
Hace unos días Sandra Morales, redactora del
periódico El Mundo “Castellón al Día”, realizaba una entrevista a Rosario Raro,
en la que hablaba de su nueva novela.
SM.-
La huella de una carta tiene una base real muy diferente a Volver a Canfranc
pero coinciden en tensión, intriga, secreto y un romance inapropiado, ¿son
ingredientes principales en novela?
RR.- Hay detrás de la elección del tema una
intención de rescatar unos hechos intencionadamente silenciados. Todo eso con
el telón de fondo, o más bien, la banda sonora del consultorio radiofónico de
Elena Francis. Hay también una indagación sobre una catástrofe sanitaria que
afectó a miles de niños en todo el mundo y una reflexión sobre el mecanismo de
la culpa como forma de manejar a las personas desde dentro entre otras muchas
cosas: Soletal, la búsqueda de la eterna juventud, los experimentos con seres
humanos, cartas muy íntimas.
SM.-
¿Cuál es el sentir de las víctimas de la talidomida?
RR.- Durante todo el proceso de escritura de esta
novela he estado en contacto de forma continua con los afectados por este
fármaco. Los supervivientes en nuestro país son apenas un 10% de los que
llegaron a nacer. Estamos hablando de unas 260 personas entre más de dos mil.
Desde la asociación que los agrupa, AVITE, me han proporcionado los documentos
que se reproducen en el libro y que son los mismos que presentaron al Tribunal
Supremo en el último juicio en el que tampoco consiguieron que se fallara a su
favor. En este momento les gustaría creer en la justicia, pero se sienten
desengañados porque desde finales de los 50 y principios de los 60 esperan que
se les resarza moral y económicamente. Con la lectura de la novela, lo que se
descubre es que el origen de todo es muy anterior a los 60 y nos remite a la II
Guerra Mundial, cuando parece que se patentó el medicamento. El libro se
adentra en este caso de codicia criminal en el que los afectados españoles por
el medicamento -distribuido por una farmacéutica alemana- aún no han conseguido
reparación porque los gobiernos se lo han ido pasando como patata caliente. El
consuelo que nos queda es que en la literatura es más fácil hacer justicia.
SM.-
¿Si hubiera nacido en aquella época, se ve actuando como aquellas presentadoras
de Elena Francis o más bien como Nuria, protagonista de la novela?
RR.- Me identifico más con Nuria. En la novela hay
algunas reflexiones de ella sobre lo que supone escribir como tabla de
salvación, y sobre cómo la manera en la que imaginar nos vuelve la realidad más
interesante que suscribiría tal cual.
SM.-
¿En qué ha consistido en este caso la labor de documentación 'casi obsesiva'
que le provoca 'parir' una novela?
RR.- Creo que en la literatura la documentación
tiene que ser mixta. No estamos hablando de un ensayo o de una tesis doctoral,
por tanto, el rigor no es una exigencia, sino que hay que adaptar toda la
información que se maneja de forma que aumente la temperatura emocional del
libro. En mi caso veo muchos documentales, también escucho programas de radio
que tengan que ver con la época, leo muchísimo. Para la novela anterior leí
unos veinticinco libros y en este caso ya he perdido la cuenta. Además suelo
hablar con muchas personas que vivieron lo que se narra. Y en el caso de La
huella de una carta ha sido clave visitar el archivo del Bajo Llobregat en Sant
Feliu porque allí se conservan unas 70.000 cartas originales del consultorio de
Elena Francis. Todo esto me sirve para que la novela adquiera el color de los
tiempos y que además resulte verosímil lo que se narra.
SM.-
¿No da la sensación de dejà vú, la descripción de ciertos contenidos
radiofónicos del franquismo en España con la exposición de la vida de uno mismo
en las redes sociales? Nos ponemos las manos en la cabeza por el consultorio de
Elena Francis, pero ¿no hace Facebook o Instagram el papel 'analgésico' y de
'adoctrinamiento publicitario' de aquellos programas, ahora en pleno siglo XXI?
RR.- Sí, hay bastantes puntos de contacto. Y no solo
con las redes sociales, sino también con internet en general. A Elena Francis
le preguntaban de todo, algunas informaciones que ahora buscaríamos en la web:
la fecha en la que se conquistó una ciudad, por ejemplo, pero también le
escribían para que les diera las señas de unos estudios de cine, la fórmula de
un crece pelo, también he encontrado una carta en la que una oyente le solicita
la dirección de Rock Hudson, otra que me resultó muy curiosa le suplicaba que
le diera un remedio para olvidar. También ponía en contacto a personas para que
se escribieran. En ocasiones se dirigían a ella víctimas de actos delictivos;
en vez de denunciarlo ante la policía, escribían a un consultorio de la radio.
Y la labor de adoctrinamiento está muy clara, se seguían a carta cabal los
preceptos ideológicos del nacionalcatolicismo. La censura era muy férrea, sobre
todo en el caso de las que se emitían por radio. Las que se respondían por
escrito no se revisaban de esta forma tan exhaustiva porque se dirigían a un
solo destinatario.
SM.-
¿Quién es Ramona Pérez Serra y qué le debe a Francisco González Ledesma para
dedicar la novela a todos sus pseudónimos?
RR.- La primera persona que nombro era, y yo creo
que de alguna manera aún es, mi abuela. A ella le debo mi fascinación por la
escritura, haberme dedicado a esto. Era una lectora incansable. Al final de su
vida leía solo una y otra vez La plaza del diamante en catalán como si quisiera
llevarse con ella esa novela. Y aunque a él no lo conocí personalmente también
sentí mucho la muerte de Francisco González Ledesma, un hombre capaz de
escribirlo todo y según el género firmar con uno de esos nombres que aparecen.
Yo creo que así tenemos que tomarnos la escritura, como un ejercicio de estilo,
plantearnos hasta dónde somos capaces de llegar en cada caso o en cada libro.
SM.-
¿Cómo van el proceso de adaptación a la televisión de Volver a Canfranc y la
secuela o precuela que tiene inédita sobre esta estación internacional?
RR.- En estos momentos en Diagonal están manteniendo
conversaciones con otras productoras internacionales porque quieren que el
proyecto sea una superproducción. Los plazos en la literatura son lentos, pero
en este otro medio aún lo son más. Así que espero noticias, pero con mucha
paciencia. Antes de publicar Volver a Canfranc escribí otra novela que sucede
en el mismo lugar y en la misma época, y se podrían escribir muchas más. Pero
en mi caso, la actualidad de las consecuencias de lo sucedido con talidomida era
lo que quería narrar antes que nada. Se lo propuse a mis editoras de Planeta
nada más enviar a imprenta la anterior novela y me apoyaron cuando aún existía
solo como relato oral, el que yo les había transmitido al contársela, y en mis
esquemas y mapas mentales.
SM.-
¿Qué mensaje le gustaría trasladar a sus lectores?
RR.- Quería agradeceros vuestro apoyo. Me he sentido
muy bien arropada en vuestras páginas siempre y creo que ha sido mérito de
todos que dos años después mi novela anterior siga en las librerías y que desde
sus estanterías y mesas reciba ahora a la que llega. Pienso que esos dos libros
se van a fundir en un abrazo fraternal.